La encíclica presentada por Pablo VI en 1967, enseña la firme convicción del humanismo cristiano en el cual, la Iglesia da su aporte de reflexión al desarrollo de los pueblos con su forma de entender a la persona humana, dándole mayor importancia al “ser” que al “tener”: “... El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral, es decir, debe promover a todos los hombres y a todo el hombre ...” En el número 20 continúa apuntando que “... proseguir el desarrollo exige ... buscar el nuevo humanismo que permita al hombre hallarse a sí mismo, asumiendo los valores espirituales superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así es como podrá cumplirse en toda su plenitud el verdadero desarrollo, que es el paso, para todos y cada uno, de unas condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas .”
Por otro lado, la Constitución Pastoral elaborada en el marco del Concilio Vaticano II, da a entender que la finalidad del desarrollo económico y su ley fundamental “... no es el mero incremento de los productos, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio del hombre, del hombre integral, teniendo en cuenta sus necesidades materiales y sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas ... De esta forma, la actividad económica debe ejercerse siguiendo sus métodos y leyes propias, dentro del ámbito del orden moral, para que se cumplan así los designios de Dios sobre el hombre .”
Es decir, que el concepto de desarrollo seguido por la DSI no se limita a lo meramente material, sino que otorga importancia a los valores espirituales y el destino de los bienes está supeditado a ellos, conforme a la generación de condiciones de vida más humanas.
El Papa Juan Pablo II trata en varios puntos de la SRS , la cuestión del desarrollo de los pueblos, en el número IV.27 nos dice que “... no es un proceso rectilíneo, casi automático y de por sí ilimitado, como si, en ciertas condiciones, el género humano marchara seguro hacia una especie de perfección indefinida ...” En una encíclica posterior, nos dice que “... el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona ...”
Pero, ¿cuáles son las condiciones de vida que se consideran menos humanas, para superarlas, y cuáles más humanas y dignas de ser promovidas? En la encíclica de Pablo VI se enumeran las siguientes:
Menos humanas:
“... la penuria material de quienes están privados de un mínimo vital y la penuria moral de quienes por el egoísmo están mutilados ...”
Juan Pablo II explica esta condición en la encíclica de 1987 a través de la dualidad entre el “tener” y el “ser” a la que hiciera alusión Pablo VI: “... están aquellos —los pocos que poseen mucho— que no llegan verdaderamente a «ser», porque, por una inversión de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del «tener»; y están los otros —los muchos que poseen poco o nada— los cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables ...” Los bienes deben estar subordinados y a disposición del “ser” del hombre y de su vocación. “... si el desarrollo tiene una necesaria dimensión económica, puesto que debe procurar al mayor número posible de habitantes del mundo la disponibilidad de bienes indispensables para «ser» ...” La justicia distributiva exige que se estime el reparto de los ingresos, las riquezas y el poder en la sociedad según su impacto sobre las personas cuyas necesidades básicas quedan sin satisfacer. Poseer un mínimo de recursos materiales es una necesidad absoluta para una vida humana. Sin embargo“... no se agota con esta dimensión. En cambio, si se limita a ésta, el desarrollo se vuelve contra aquellos mismos a quienes se desea beneficiar ...” Porque “... la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana ... Al contrario, ... si toda esta considerable masa de recursos y potencialidades, puestas a disposición del hombre, no es regida por un objetivo moral y por una orientación que vaya dirigida al verdadero bien del género humano, se vuelve fácilmente contra él para oprimirlo ...” Así en el mundo de hoy “... junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo ... consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la «posesión» y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos ... Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es descartado simplemente, sin tener en cuenta su posible valor permanente para uno mismo o para otro ser humano más pobre ...”, el egoísmo produce aislamiento social, desagregación individual, y la riqueza personal toma como fin al propio sujeto “... cuanto más se posee más se desea, mientras las aspiraciones más profundas quedan sin satisfacer, y quizás incluso sofocadas ...” Por eso el verdadero desarrollo no puede orientarse a un consumo dirigido por una publicidad generadora de necesidades muchas veces ficticias.
“... las estructuras opresoras, ya provengan del abuso del tener, ya del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones ...”
Siguiendo la distinción que la DSI, al igual que muchos filósofos, hace de los niveles de la justicia fundamental, en esta condición se violan: (ya se habló de la justicia distributiva)
La justicia social, la cual se refiere a que las personas deben participar activa y productivamente en la vida de la sociedad, y ésta tiene el deber de crear las condiciones para que esa participación sea posible. Sucede que en muchas ocasiones, la misma sociedad forma estructuras que impiden a los individuos conseguir lo que le es debido según su naturaleza y vocación.
La justicia conmutativa o justicia en el intercambio, (abordada por Aristóteles y tomada por la pensamiento escolástico) que exige que todos los contratos e intercambios entre individuos o grupos sociales se hagan equitativa y honradamente, respetando la dignidad humana de todas las personas. Por ejemplo, los obreros tienen la obligación de trabajar esmeradamente para sus patrones a cambio del salario que reciben, y los patrones están obligados a tratar como personas a los trabajadores, pagando salarios justos y estableciendo condiciones dignas de trabajo.
Ya León XIII denunciaba que no sólo la contratación de trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el extremo de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto “... poco menos que el yugo de la esclavitud ...” a una muchedumbre infinita de trabajadores. La crueldad de los ambiciosos “... abusa de las personas sin moderación, como si fueran cosas para su medro personal ...”
Más humanas:
“... lograr ascender de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las plagas sociales, la adquisición de la cultura ...”
El cristianismo entiende que para que las personas puedan desarrollarse como tales, llegando verdaderamente a “ser” y responder a la vocación que Dios ha guardado para cada una de ellas, necesita inexorablemente de los bienes materiales. A esto se refiere la posesión de lo necesario, los bienes sirviendo al cultivo de los aspectos morales, la cual no debe excluir a nadie. Por eso se debe tener en cuenta, como se afirma en MM , acorde a la idea proveniente de los primeros pensadores y filósofos cristianos del destino universal de los bienes que “ Producir más y mejor responde a una exigencia de la razón y es también una necesidad imprescindible. Pero no es menos necesario y conforme a la justicia que la riqueza producida se reparta ... entre todos los miembros de la Comunidad política: por lo cual se ha de tender a que el desarrollo económico y el progreso social vayan a la par ...” El Papa nos invita a guardarnos del espejismo de que ahora lo importante es producir y que el repartir vendrá después. Si no se hace simultáneamente, el reparto no se hará nunca y la economía se asentará sobre una base muy frágil.
“... el aumento en considerar la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación al bien común, la voluntad de la paz ...”
En relación al bien común, Juan XXIII considera como exigencias: En el plano nacional; “... dar ocupación al mayor número de obreros; evitar que se constituyan categorías privilegiadas, incluso entre los obreros; mantener una adecuada proporción entre salarios y precios y hacer accesibles bienes y servicios al mayor número de ciudadanos; eliminar o contener los desequilibrios entre los sectores de la agricultura, de la industria y de los servicios; realizar el equilibrio entre expansión económica y desarrollo de los servicios públicos esenciales; ajustar, en los límites de lo posible, las estructuras productivas a los progresos de las ciencias y las técnicas; lograr, finalmente, que las mejoras en el tenor de vida de la generación presente sean tales que preparen también un porvenir mejor a las generaciones futuras .”
En el plano mundial: “... evitar toda forma de concurrencia desleal entre las economías de los varios Países; favorecer la colaboración entre las economías nacionales mediante convenios eficaces; cooperar al desarrollo económico de las Comunidades políticas económicamente menos adelantadas .”
“... el reconocimiento, por el hombre, de los valores supremos y de Dios, fuente y fin de todos ellos ...”
La misma encíclica en el número 42 afirma que “... Un humanismo cerrado, insensible a los valores del espíritu y a Dios mismo, que es su fuente, podría aparentemente triunfar. Es indudable que el hombre puede organizar la tierra sin Dios: pero sin Dios, al fin y al cabo, no puede organizarla sino contra el hombre. Un humanismo exclusivo es un humanismo inhumano. Luego no hay verdadero humanismo si no tiende hacia el Absoluto por el reconocimiento de la vocación, que ofrece la idea verdadera de la vida humana. Lejos de ser la norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo sino cuando asciende sobre sí mismo, según la justa frase de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre" .”
“... finalmente, y, sobre todo, la fe, don de Dios, acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que a todos nos llama a participar, como hijos, en la vida del Dios viviente, Padre de todos los hombres .”
La cual responde a condiciones personales más que a nivel de las estructuras de la sociedad.
Las condiciones están enumeradas en el n.21 de la PP
Relacionadas:
Concepto de Desarrollo
Diaz Almada "El Concepto de Desarrollo" [en linea]
Dirección URL: https://www.zonaeconomica.com/el-concepto-de-desarrollo (Consultado el 05 de Nov de 2024)
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