Conservo el término que Marx acuñó para referirse a Adam Smith y David Ricardo, quienes dieron las pautas fundamentales de lo que llamarían Economía Política. El nombre nos dice ya la intención que tenían ambos teóricos al fundar y consolidar la nueva ciencia: serviría, sobre todo, para que los economistas concibieran recomendaciones que los políticos en función de gobierno debían observar, en el supuesto de que deseaban llevar adelante los asuntos económicos de la nación en forma sistemática y eficiente. El segundo término de la frase, “Política” prueba que estaban convencidos de que no era posible separar los procesos económicos de los políticos y sociales, algo que nos sirve de ejemplo para proponer nuevas alternativas teóricas en las que lo “económico” no aparezca huérfana de todas las influencias políticas, sociales y culturales que lo modifican en el mundo real.
Volviendo a Smith y Ricardo, recordemos también que eran representantes de la nueva clase que se erigía ya como la que dirigiría los destinos de las naciones de Occidente, esto es, la burguesía. El advenimiento de esta clase vino aparejada, claro está, con la de su contrario: la del proletariado, de tal manera que en la evolución histórica los intereses de una aparecieron como contrarios a los intereses de la otra. Así, cuando Smith llegó a la conclusión de que el valor era producido por el trabajo, también se enteró que tenía que resolver el problema del por qué el creador de valor, el trabajador, no recibía todo el producto por él creado. Su ideología no le permitía ir en contra de su clase y entonces se enredó presentando una teoría alternativa del coste de producción, donde el valor de la mercancía estaba compuesto por los retornos a los tres factores de producción que participaban en el proceso productivo: el beneficio, el salario y la renta.
Los marginalistas, por su parte, recurren al individuo aislado para convertirlo en la unidad de análisis de la Economía; para ello, estructuran un ser abstracto que obra sólo después de hacer un análisis de costo y beneficio privado, al que denominaron el Homo economicus. Este ente abstracto era la contraparte de la idea de “masas” que Marx había hecho germinar en el análisis de la evolución histórica del ser humano. La reacción de los marginalistas ante la percepción marxista fue la de presentar una alternativa opuesta: dejar de lado al ser social, dejar de lado el debate sobre el valor, convirtiéndolo en “utilidad” y quitar a la Economía Política el segundo término para convertirla en Teoría Económica. De este modo, la Economía Política quedó cercenada de uno de sus objetos de estudio: la distribución, la que originalmente había formado parte de la propia definición de lo que era la ciencia económica. Pero los marginalistas no estaban muy preocupados por la percepción de los clásicos; lo que realmente les quitaba el sueño, era la definición marxista de la Economía: la ciencia que estudia las leyes que rigen las relaciones de producción entre los grupos sociales, pues con esta definición el análisis de lo económico tenía que incluir, por fuerza, las dimensiones sociales y políticas, algo que los marginalistas, representantes de la percepción burguesa liberal, en contra de la socialista, no estaban dispuestos a poner en el tapete de los debates.
Aunque fue Menger, fundador de la Escuela Austriaca de la Economía, el primero en proponer la nueva percepción, la mutilación completa de la ciencia económica, se consolida con la participación de Jevons, Walras y consortes, quienes introducen en el análisis económico las matemáticas como un medio para formalizar las proposiciones axiomático-deductivas, algo que la Escuela Austriaca nunca apoyó formalmente. Con la introducción de las matemáticas en la Economía, se pretende hacer que una ciencia social sea cualitativamente semejante a cualquiera de las ciencias naturales y exactas, es decir, una ciencia con leyes que se cumplen en todo tiempo y espacio, a condición de que no se la tiña de “ideología”, que es lo que ellos consideran que ocurre cuando se introduce las dimensiones política y social. Con la aparición de Marshall en el escenario de los grandes debates, se fortalece la escuela neoclásica, la que estructura la ciencia económica sobre una serie de axiomas, hipótesis y deducciones, tal como lo vimos en la primera parte de este trabajo, con el aditamento de que las matemáticas y le econometría se convierten en los avales teóricos y de verificación empírica, surgida de los “modelos” como reflejos sintéticos de la realidad.
Nadie se opone a la utilización de modelos, por supuesto; lo que sí preocupa es que los teóricos del neoclasicismo, al final, confunden el modelo con la realidad, a la que acusan de no adaptarse al modelo y de ser “irracional”. Inmersos en espejismos delirantes, reducen el mundo objetivo a las relaciones que forman entre sí un conjunto de ecuaciones y creen que con eso están dando pasos gigantescos en el proceso de hacer de la Economía una ciencia exacta. En realidad, la Teoría Económica se convierte, poco a poco, en un pasatiempo elitista de algunos académicos que, junto con la realidad, han perdido toda noción de considerar a la ciencia como un medio para conocer la “verdad” en cada caso. La realidad no importa, todo lo que se necesita es que en el mundo del modelo, una fórmula tenga cabida y satisfaga las intenciones formales de su concepción.
La Economía ha perdido por completo su carácter de ciencia social, sobre todo después del anuncio que hizo Milton Frieman, refiriéndose a los problemas sociales que causan las medidas que él aconsejaba; para contestar a uno de los interlocutores que le habló sobre lo duro que es para los grupos de ingresos bajos la aplicación de tales medidas, dijo: “la economía no tiene sentimientos”. Esta afirmación no sólo es terriblemente impregnada de ideología, es también increíblemente ingenua, pues es sabido que no sólo la economía, sino cualquier ciencia carece de sentimientos, debido a que no son seres, ni muchos menos, sensibles; son creaciones del hombre, el cual sistematiza como mejor puede los datos que le da la experiencia para formar representaciones sistemáticas que permiten el conocimiento organizado y necesario a la estructuración de las diferentes ciencias. Los que sí tenemos sentimientos y expresiones de apoyo con los otros seres de la especie y con la naturaleza toda, somos los hombres y mujeres reales que habitamos en el planeta. Pero la declaración de Friedman no es una expresión aislada, no; es más bien la percepción que los académicos neoliberales tienen de la sociedad humana: se han familiarizado tanto con sus creaciones ideales del individuo aislado, que ha desaparecido de ellos todo sentimiento de solidaridad, de identificación con los demás seres. Los inventores del individuo como unidad de análisis de la Economía se han convertido en verdaderos robots, carentes por completo de rasgos humanos y dedicados a la tarea de mejorar las formas por las que el empresario aumente sus ganancias. Friedman fue uno de ellos, tal vez el más brusco de todos.
Algunas observaciones sobre la epistemología de los clásicos
La declaración de Adam Smith de que el egoísmo individual es el que hace posible la felicidad de todos, la que se complementa con su postulado de que la suma de intereses individuales coincide con el interés general, es una deformación subjetiva que proviene de su modo de ser. Recordemos que antes de iniciarse como economista, fue un ético de primera cuando escribió su famosa obra “La Teoría de los Sentimientos Morales” En este punto, debemos decir que Smith confunde los preceptos éticos que postula en esta obra, con el comportamiento real de los individuos reales, especialmente en el mundo del capitalismo, donde la competencia convierte a los individuos en enemigos potenciales recíprocos, en el afán de “tener más que el otro”, pues el éxito se identifica sólo y solo con la riqueza: quienes logran obtenerla son los “winners”, los que no logran alcanzarla serán los “loosers”. En la escala de valores del pueblo estadounidense, nada es peor que ser un “looser”, es decir, un fracasado, porque no ha tenido la capacidad de acumular riqueza. Este “fracaso” demostraría su inferioridad como persona con relación a los demás. Por otra parte, si observamos el comportamiento cotidiano de los individuos reales de cualquier país, especialmente de los de Europa y EE.UU, llegaremos a la conclusión de que la diaria coexistencia entre ellos semeja una discoteca donde se ha producido un gran incendio y hay una sola vía de salida. En la necesidad de salvar la vida propia a cualquier precio, los que puedan pasarán por los cuerpos de los caídos, pisoteándolos para lograr salir. Es en actos como éste que aparece la verdadera naturaleza humana y la incongruencia de afirmar que la suma de los intereses individuales coincide con el interés general. El postulado de A. Smith es, a todas luces, una expresión ideológica con gran empatía con la clase poseedora de las fábricas y de los medios de producción, en su intención, muy clara, de eliminar las contradicciones de clase entre la burguesía y el proletariado de aquella época, como lo hacía cualquier otro buen liberal, influido, sobre todo, por Locke y Montesquieu.
En otro orden de cosas, la afirmación de J.S. Mill, en sentido de que la acumulación originaria del capital se habría logrado gracias a la austeridad de algunos seres y su capacidad de ahorro, es una de las muestras de que hay una gran diferencia entre escribir CON ideología y escribir PARA la Ideología. En este caso, J.S. Mill, tan probo y sereno en el análisis de otros temas, deja que sus afectos y desafectos le obliguen a escribir para la Ideología. La inmensa mayoría de los historiadores, sociólogos, estudiosos de las ciencias sociales en general, han coincidido en afirmar que la acumulación originaria del capital se logró sobre los adelantos que algunos comerciantes daban a los agricultores para comprarles sus cosechas a precios realmente ínfimos, comparados con los que ellos cobraban después. También coinciden en el uso de la misma estrategia con relación a los artesanos y los bienes terminados que éstos producían. Saben también que al final, las fábricas los reúne a todos ellos y se inicia la era de la industria fabril, que se diferencia de la época pre industrial en el hecho de que en esta última el capitalista le compraba al artesano el producto terminado, mientras que en la era de la fábrica el capitalista sólo alquila la fuerza de trabajo del obrero, aumentando así el grado de explotación a niveles nunca imaginados. Pretender olvidar estos hechos históricos, con el propósito de proclamar que el capitalista reúne su dinero ahorrándose en los almuerzos, es una muestra de que los afectos y desafectos personales deforman la percepción del teórico en niveles muy preocupantes.
Autor: Mario Blacutt Mendoza
Mario Blacutt Mendoza "Los Clásicos" [en linea]
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