China va camino de convertirse en la primera potencia económica mundial, por mucho que a algunos les pueda parecer prematura esa previsión. Y desde luego, con un volumen de importaciones del orden de 1,7 billones de dólares durante el 2004, y una cifra que podría ser no menos del 10 por 100 mayor en el 2005, EEUU, no cabe duda, sigue siendo la locomotora económica mundial por su formidable demanda de energía y de toda clase de bienes.
Además, con un crecimiento de entre el 3,5 y el 4 por 100 en su PIB, la Unión se sitúa muy por delante de las demás economías desarrolladas, y sobre todo de Japón, y de los dos países centrales de la UE; Alemania y Francia, que alcanzarán en el 2005 poco más del 1 por 100 de expansión, con Italia incluso en incremento negativo.
Sin embargo, aunque por el tamaño de su mercado, sus necesidades de importación y su absorción de ahorro EE.UU. siga al frente de la economía mundial, la verdad es que China se ha convertido en la nueva pieza esencial de toda la trama planetaria de intercambios y crecimiento. Aunque no se trate, en contra de lo que dice The Economist, en su número del 30 de julio de 2005, de que China esté gobernando ya la economía universal. Por la sencilla razón de que para gobernar hacen falta instituciones de alcance global que el gran país asiático no tiene, al menos de momento.